La primera propuesta de experimentación del taller Nothing happens in this film fue la realización de un diario audiovisual. En este tipo de diario, al igual que en uno escrito, cabe casi de todo. De la misma manera que en una libreta de papel anotamos los eventos importantes del día junto con los momentos espontáneos que surgen, en un diario audiovisual puedes recrearte en los detalles más insignificantes, como la que se queda embobada viendo bailar a una mota de polvo que refleja la luz.
Esta idea de "momentos espontáneos" me llamaba la atención. ¿Qué son esos momentos? ¿Son sólo los que contienen algún evento importante? ¿Caben aquí esos instantes en los que, teóricamente, no está ocurriendo nada?. Decidí que los siguientes días grabaría lo que se me antojara, cualquier espacio o detalle que me dijera algo por su color, por su sonido o por su energía. Con esto recopilaría, efectivamente, un diario de momentos de esos 4 o 5 días de mi vida en 2020.
Una de las referencias que visualizamos en el taller fue un fragmento del documental experimental "Diary" de David Perlov [Diary, 1983], y me llamó mucho la atención. Lo que estábamos presenciando era esencialmente un señor que se acababa de comprar una cámara de video casera, y estaba probando su nuevo cacharro. Lo grababa todo con la curiosidad e ilusión de alguien que está experimentando con un juguete nuevo. Una de las escenas era de lo más mundana: a través del marco de una puerta se ve una mesa situada junto a una ventana, y en la mesa dos chicas jóvenes charlan mientras hacen deberes del colegio. Hasta que en cierto momento se dan cuenta de que las observan, y comienzan a poner caras divertidas a cámara. A cámara no, a la persona detrás de la cámara; a su padre. Aquella escena me resultaba demasiado familiar. Y era así, porque yo había experimentado lo mismo desde que tengo uso de razón.
A finales de los 80 y principios de los 90, las cámaras de video VHS se hicieron más asequibles, y muchas familias se lanzaron a la compra de este aparato para poder grabar y guardar los eventos más señalados. En el caso de mi familia, además de esos eventos importantes, tenemos grabados momentos en los que, en principio, no pasa nada, pero en realidad, pasa todo. Pasaba nuestra vida. Mi padre, que en algún universo paralelo es realizador de documentales de naturaleza, plantaba la cámara y grababa los momentos más mundanos: una cena un jueves, un paseo por el parque un lunes, el baño de alguna de nosotras de bebé un martes, las vistas desde la terraza un domingo. Al revisar todos estos videos caseros, estos recuerdos desde 1989, me di cuenta: son un diario audiovisual de mi vida.
¿Cómo podía unir mis diarios de ahora con estos diarios que no fueron hechos por mí? Es curioso cómo ha cambiado nuestra percepción de las cámaras a lo largo del tiempo. Cuando mis padres compraron la primera cámara, sacarla en algún evento familiar era todo un acontecimiento. Todos preguntaban por el nuevo cacharro, todos querían grabar con ella, y jugaban con el zoom como si estuvieran participando en un juego travieso. Hoy nos resulta tan sencillo grabar cualquier cosa, que el hecho de que alguien saque una cámara, en el formato que sea, no supone ningún interés. Incluso, casi de manera automática, bajamos el tono de voz o nos callamos, para no interferir. Pero antes estaban tan centrados en qué se podía ver, que pasaban por alto que aquel aparato también estaba guardando sus voces. ¿Es el sonido un mejor mecanismo de la memoria que la imagen?
A continuación está la pieza audiovisual resultado de todas estas preguntas que me hice durante la primera semana de taller.
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